El reloj se quedó en lo oscuro, en la línea que me divide de antes y en el vaivén continuo de todo lo que quise tener y no pude, en el cuarto intermedio que siempre ha existido entre todo eso que llaman mundo y nosotros.
La palabra supo eclipsar mi cuerpo de un modo que no pudiera desprenderme de ello, y al mimo tiempo me regaló todo el poder inmenso que me provocó tenerte, conocerme a través de vos y saberme así, distinta como siempre lo he sabido, tonta de un modo alocado e inocente y sensible, sí, de esa forma tan cuestionada como sublime.
Luego me queda algo de la ruta de los cuerpos, del sabor del destino en mis labios cuando soñaba despierta y del color del cielo en cada momento que te acercabas a mi oído. Un recurrente sonido me llega siempre, se adentra en mi alma y me lo dice todo, lo silencioso que se siente querer con ojos cerrados y la tempestuosa tranquilidad que provoca. El decirse uno desde una distancia corta, siempre muy corta, y no tener temor de cortar nunca el hilo, porque se sabe, se presiente y es absolutamente consiente y cierta la seguridad que, tenerte del otro lado, siempre me provoca...
Disfrute.
ResponderEliminarSaludos.
Hermosa entrada, sigue asi.
ResponderEliminarBesos
Dulce, me transporto a mis memorias.
ResponderEliminarConsciente o inconsciente... en el fondo uno siempre conoce la vibración de las cosas. El corazón no se equivoca. Un gran abrazo.
ResponderEliminar