25 feb 2015

Por no saber o saberlo todo

Era tanto el dolor que sentía en las manos que corrió a lavarlas ni bien abrió la puerta. Dejó la llave colgando en la cerradura y sin saludar fue directo a tratar de limpiarlas. Lo vi frotarlas con fuerza, como si estuviera enojado por algo y pretendiera desquitarse con ellas. Luego de, lo que para mi fue un momento incómodo y eterno, tomó la toalla y comenzó a secarlas. Me pareció que temblaba, evidentemente le pasaba algo.
No pregunté nada, cerré la puerta y le preparé un café caliente. Un plato con muffins que había hecho en la mañana y prendí el televisor en uno de esos programas para mi tontos, pero que a él le gustan. Me senté a su lado y lo observé comer en silencio.
Su nuez de Adán parecía dormida, no se movía para tragar la bebida y parecía no tener hambre. Lo estudié como a la primera materia, el origen del universo que nadie conoce pero del que todos hablan, así, como una luna privada. Sentí que era todo poros y piel oxidada, tanto trabajo como experiencia reprimida.
Pensé en decirle que fuera lo que sea que le pasara se solucionaría, que era cuestión de tiempo y paciencia. Pensé, pero sentí otra cosa. Un impulso definitivo y a sabiendas verdadero, un correcto escalofrío que te dice cuando hablar y cuando no, basado en el hecho de verdaderamente conocer a alguien. Entonces pareció volver en si, y levantó los ojos de la taza. Me miró como si lo fuera todo y para mi fue suficiente.

2 comentarios:

  1. A veces uno no puede evitar perderse en el bosque y cuando por fin se encuentra y regresa, no hay mayor recommpensa que unos ojos que te esperan, se preocupan y te comprenden.
    Un beso

    ResponderEliminar

Gracias...